“Merezco lo que tengo.
Me agradezco lo aprendido.
Mi vida es absolutamente magnífica.
¡Bien por mí que estoy haciendo todo lo que puedo!...
Estoy encantado de mí.
Me amo y amo mi vida.”
Nos permitimos una mirada amorosa cuando estamos enamorados, cuando miramos al bebé que acaba de nacer, a nuestra querida mascota o al valorar los gestos de otros que están siendo amables con las demás personas. ¿Por qué no usamos estos los ojos más a menudo cuando nos miramos a nosotros mismos?
Nos enseñan a cultivar la humildad, pero como no queremos ser vanidosos, negamos nuestras verdaderas cualidades hasta ahogarlas detrás de un manto de falsa modestia al punto que terminan sirviéndonos para absolutamente … ¡nada!.
Pensamos que las virtudes personales no deberían ser motivo de elogio porque no queremos llegar al punto de ser presuntuosos, pero dejamos así atrás el goce por nuestra propia vida.
Cuando aceptamos lo que tenemos y lo disfrutamos, nos sentimos egoístas. Sin lugar a dudas que entre nosotros hay un montón de individualistas y fanfarrones también es cierto que todos nos hemos comportado así algunas veces, me consta; pero que por causa del temor a no ser así rechacemos nuestras virtudes o costados positivos nos llevará bien lejos del disfrute de lo que somos y si no disfrutamos de nosotros mismos: ¿Qué tendremos?.
“Des-educarnos” de la falsa modestia puede acercarnos a la alegría sincera, a sentir agradecimiento, al encuentro relajado con los otros, a ser simples y a no vivir acentuando siempre los aspectos negativos de nosotros (un camino asegurado al malestar cotidiano).
© Fanny Libertun
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