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domingo, 29 de diciembre de 2013

Un mundo hecho de juguete - Por Rodrigo Joaquín del Pino

28 dic, 2013
del-pino-dentropCuando vemos jugar a un niño con sus coches y trenes sabemos que él puede imaginar y proponer todo lo que vaya a suceder con sus juguetes. El niño a veces quiere ver uno de sus coches andando, flamante e impecable, y a algún otro cayéndose desde lo alto del ropero, destrozándose y partiéndose. El niño es espontáneo: se permite sentir lo que surge de su mente.
A veces decide alegrarse o enfurecerse según los aparentes resultados en una carrera, los cuales los toma como una excusa para experimentar la sensación que quiere reconocer en él. Parece que están sucediendo cosas afuera, en su entorno, pero todo es una emanación de su mente. El niño es libre, controla el juego y de allí deriva los estados emocionales que desea experimentar.
El niño quiere sorprenderse y para esto tiene la necesidad de ver afuera un acontecer o situación y depender de ella, como si lo que observase fuese orquestado por una fuerza que se yergue más allá de su voluntad y control.
De la misma manera que los niños, nosotros fijamos una meta y luego tratamos de alcanzarla a través de todo lo que experimentamos. Entramos a un juego, entramos al mundo. La mayoría sostenemos en nuestras mentes objetivos que son inconscientes, esto significa que están ocultos, pero son enteramente de nuestra autoría. Y siempre los cumplimos. Gracias a nuestros objetivos ocultos sufrimos, lloramos, satisfacemos deseos o mantenemos la insatisfacción a través de variadas excusas de realidad. A veces conquistamos a otros y nos sentimos vencedores y seductores gloriosos. En ciertos casos vivimos como muertos, nos quejamos y lamentamos por todo y por nada. La experiencia responde ineludiblemente a una meta fijada con antelación en nuestra mente.
Entonces, si todo lo que nos sucede proviene de una decisión, podemos preguntarnos: ¿cómo es que establecemos una meta sin darnos cuenta? La respuesta es: haciendo un juicio de un accionar propio, valorando como bueno o malo algo que sucede. El miedo tiene siempre como meta al miedo. Por ejemplo: si en algún momento yo cometí un acto que luego juzgué fuertemente como erróneo o malo, entonces para compensar, fijaré la meta de pagar por ello de alguna manera, y desde ese momento, cualquier cosa que me quite la felicidad o la paz servirá como objetivo. Este es un proceso enteramente inconsciente y funciona como liberador de la culpa acumulada en la mente. En este dramático mundo de fenómenos físicos de muerte, enfermedad y abandonos la sensación de culpabilidad es muy común y generadora de realidades. La mayoría saboteamos nuestra felicidad natural de ser Hijos del Amor, con arduos intentos de ser felices a través de situaciones que se terminan pronto. El esfuerzo es la filosofía del ego y todo esfuerzo habla de una culpa escondida.
Estamos cumpliendo una programación ocultada por nosotros mismos. La verdad es que negándose uno a la Vida o a disfrutar de los dones del cielo, actuando para agradar a los demás o culpando a otros por lo que nos sucede, mantenemos la culpa intacta dentro nuestro, no compensamos esa sensación de sentirnos incómodos.
Tal como niños debemos mirar a nuestros coches y trenes caídos, sin negarlos, no son ilusiones sino una realidad con efecto ilusorio, recordar que es un juego y entrar a casa.
Los niños cambian muy rápidamente de emoción, no quedan adheridos a un único estado emocional, transitan todos los estados como Vida… porque el niño experimenta pero no se juzga luego de su vivencia, no vuelve atrás, simplemente juega.
Y cuando un hombre mira a su hijo jugar con sus coches y trenes, lo reconoce, puede ver cómo el niño fabrica su mundo imaginario y entra como un participante de una realidad 100 por ciento inventada y diseñada por él. El padre comprende y acepta todo lo que ve en su hijo. El padre compró esos juguetes para satisfacer las necesidades del hijo de fabricar su propia realidad a su entera satisfacción. Los niños juegan en el entorno de sus padres reconociendo sus propias libertades hasta que necesitan correr y tan sólo descansar en los brazos de su progenitor. Ese espacio de descanso se da en nosotros al entregar la interpretación que habla del miedo… un espacio de silencio y quietud.
(*) Rodrigo Joaquín del Pino Facebook

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